La sabiduría como una buena masa, requiere de trabajo. No es algo que se gana en un bingo, o que se encuentra así como así en algún paradero de autobús. Ella requiere de nosotros los elementos esenciales para leudar, crecer y producir resultados.
En primer lugar pide de nosotros paciencia. La capacidad de esperar sin desesperarnos, de entender que el resultado es tan importante como el proceso y que los tiempos están fuera de nuestro control. La sabiduría toma tiempo.
Luego, pide calma. La capacidad de allanar los picos de emociones con los que nos encontramos en la vida cotidiana. La calma nos ayuda a pensar antes de actuar y a considerar el contexto antes de emitir juicios contra el otro o contra nosotros mismos. La sabiduría requiere templanza.
Además, pide claridad. La capacidad de filtrar el ruido distractor de las cosas importantes. La claridad nos ayuda a diferenciar lo importante de lo urgente, lo vano de lo profundo, lo esencial de lo pasajero. La sabiduría pide reflexión.
A esto, súmale compasión. La capacidad reconocer el sufrimiento ajeno y hacer todo lo posible para reducirlo. La compasión nos remueve de nuestra posición de comodidad, nos lleva con ella a vivir como lo hacen los que sufren, y nos empuja a cambiar sus condiciones con toda nuestra energía. La sabiduría requiere amor.
Ser sabio no es algo automático, ni tampoco un atributo que buscaríamos para sacar provecho. Es un proceso, que tal vez tome toda una vida. Y que pide de nosotros templanza, reflexión y amor. Una buena masa luego de mezclarse exige del que la cocina una buena dosis de sabiduría, al final los panes que se produzcan serán gratos para todos.